viernes, 25 de mayo de 2007

Loca

La más pequeña e insignificante estupidez podía despertar en su corazón un revuelo emocional parecido a una tormenta, o hasta un huracán. La pasión controlaba cada retazo de su vida, cada pensamiento, cada actitud, cada movimiento. Su mente era mera espectadora de las decisiones del corazón. Pero que problema. Sin darse cuenta rompía corazones y hería sentimientos con una facilidad casi sobre natural. Algunos la llamaban fría o cruda. Otros utilizaban insultos más fuertes para describirla. Claramente estaban equivocados, en especial los que la llamaban fría, ya que nunca en mi vida llegue a conocer a una persona tan pasional. Se veía envuelta de cuando en cuando en alguna historia romántica digna de películas. Pero ninguna funciono como ella esperaba. Ningún hombre llego a comprenderla del todo, la mayoría corrían despavoridos, convencidos que habían conocido al demonio en persona. Siempre le faltó ese control, esa feminidad magnética que atrae al sexo opuesto. Sin embargo tenía cierta gracia, cierto encanto que la hacia única. La libertad con la que expresaba sus sentimientos asustaba, si, pero uno podía contar siempre con su sincera opinión. La forma en la que transformaba cada evento rutinario en una fantasía, cada error en una tragedia, hacían de la vida de los que estábamos a su alrededor un misterio constante.
El día que la conocí pensé para mi “Que mujer más loca”. En ese mismo instante, me miró. Sus ojos parecían incandescentes, llenos de odio. Me di cuenta de algo que confirmaría con el tiempo. Esta mujer leía mentes. O tal vez yo soy demasiado transparente. Creo que nunca tendré claro el motivo, si se que parecía conocerme mejor de lo que yo me conocía. ¿Seré tan predecible o ella era medio bruja? Llenó mi vida de interrogantes. Nunca pude juntar el valor para preguntarle nada. Era demasiado poderosa, y yo demasiado débil. Con el tiempo aprendí a lidiar con sus “locuras”, sus metidas de pata, sus llantos descontrolados por algún hombre que la había rechazado, sus exageraciones y sus sueños de grandeza. Y aprendí a quererla. La quise como nunca antes había querido a ninguna amiga. Sí, era mi amiga, la única que tenía, y yo fui la única que tuvo ella. Éramos dos caras de la misma moneda, dos extremos de lo mismo, ella, violenta, apasionada, decidida, y muy pero muy ruidosa, y yo, pacífica, tranquila, callada, y por sobre todas las cosas, muy insegura. Todo el mundo busca matices, las cosas del medio, las mezclas. Y así terminamos solas. Las dos sin nadie a quien acudir, nos encontramos justo en el momento de nuestras vidas que pensábamos que nunca tendríamos a nadie. Le debo la vida a esa loca. La quiero.

No hay comentarios: